Con sólo mencionar el término “amor”, damos por sentado que existen muchas clases de amor: a sí mismo, a los demás, a la naturaleza, a Dios, a la humanidad, a los animales, incluso a las cosas materiales. Pero, el verdadero significado que interesa desde el punto de vista ético, es el amor que profesamos a las demás personas y a nosotros mismos, sin desconocer que el amor también se puede concebir en la relación hombre-cosa.
Esta concepción del amor resulta muy congruente con la definición que nos proporciona Finkielkraut, para quien: En muchas lenguas hay una palabra que designa al mismo tiempo el acto de dar y el acto de tomar, la caridad y la avidez, la beneficencia y la codicia, es la palabra amor. El ardiente deseo que tiene un ser de todo aquello que pueda colmarlo y la abnegación sin reservas convergen paradójicamente en un mismo vocablo. Se habla de amor en el caso de la apoteosis de la preocupación por uno mismo y también en el caso de la preocupación por otra persona llevada a su paroxismo.